lunes, 1 de agosto de 2011

El sudor y el instante



  
    












     Imagino que algunos de vosotros ya habréis visto esta fotografía. Me la hice en un pueblito a las afueras de Kalaw, al este de Birmania, hará unos cinco años. En aquella época yo era otro Jorge, pero los sueños que tenía perduran, y las obsesiones también. En esencia sigo siendo yo, pero es cierto que el tópico ese de que morimos varias veces es en parte verdad, y en esa parte el Jorge de la fotografía murió el día que tomó el vuelo de vuelta a Europa. Descanse en paz. No es que le eche mucho de menos porque era un trompa pesao, pero es raro el día que no recuerdo algo o a alguien de aquella etapa de mi vida.

    Os habrá pasado con algunas fotografías, que uno no se acuerda de nada de lo que se ve en ellas, ni de donde estaba, o cuando, ni de en que estaría pensando con esa ropa que llevaba uno puesta, y en casos extremos está uno abrazado a alguien de quien ya no recuerda ni el nombre... Pues bien con esta foto me pasa todo lo contrario. Puedo cerrar los ojos en silencio, y hacer un esfuerzo, y pedirle a mi corazón que se deje de deseos, que se deje de llorar el muy plasta, y me preste atención, y entonces recordar ese día de la foto, acordarme del sudor y del preciso instante en el que me la hicieron... casi puedo ampliar el encuadre y meterme dentro... habiamos pasado todo el día caminando por  laderas de colinas llenas de arrozales intensamente verdes que parecían adherirse a la pendiente. En ellas hombres y mujeres recogían el cereal, charlaban a la sombra, y nos saludaban al pasar. A ratos el barro nos llegaba a las rodillas. El calor derretía. Los niños, como los de la foto, nos seguían y reían de nerviosismo y excitación. Ya a media tarde llegamos a este pueblito y practicamente todo el mundo vino a vernos. Ya antes de llegar, desde una pequeña atalaya en la que paramos para descansar, los veiamos venir desde abajo a nuestro encuentro. Nos dimos una vuelta, nos enseñaron sus casas, la escuela y el templo, y antes de irnos le dije a uno de los clientes: Anda nen, hazme una foto con los chavales, y sácame guapo maricón. Aquel día fui muy feliz, y eso es algo que no se olvida. Imagino que ahora lo recuerdo más vivamente porque siento que otro Jorge como el de la fotografía está a punto de morir, y que una nueva etapa a quemar se presenta ante mi provocativa y sensual. Y esta vez no la quiero cagar. Mejor dicho: Esta vez no la voy a cagar.


   Captar un instante en una fotografía es raro. Los personajes que se ven en ella quedan encerrados: con sus ropas pasadas de moda, sus sonrisas atemporales, sus gestos mudos. Nosotros envejecemos, pero ellos no. Permanencen testigos de un pasado inamovible.

    En algunas de las fotos que tengo hay gente que ya no está, otros de los que ya no sé nada, y unos pocos que perduran en el tiempo. Lo único que tengo claro es que la vida seguirá mereciendo la pena mientras entre en encuadres así. La de arriba es una de esas fotos por las que merece la pena vivir. Ojalá me cuele en otra este Agosto. Ojalá.

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