miércoles, 24 de agosto de 2011

El rey Mahuna


   A veces, cuando estoy de viaje y me tomo alguna copa de más, que me pasa a menudo, me da por decir frases grandilocuentes  del tipo: "Yo pertenezco al camino", o "Sólo soy feliz viajando" y cosas así. Lo digo porque en parte lo pienso, porque en parte voy medio pedo, y porque en parte siempre he necesitado que los demás piensen que soy especial, lo cual demuestra que no lo soy, pero quisiera serlo. Sólo la gente especial cree que no lo es, y a veces sufren más que los demás, y la gente buena no debería sufrir nunca. Sin embargo los mierdas se creen mejores que los otros,  los maltratadores les pegan a las mujeres por su bien, los malos ganan casi siempre, la gente mezquina cree que los mezquinos son los demás; y así sucesivamente sumamos creencias erróneas, y culpamos a los demás de nuestras mierdas, algo a lo que somos tan dados los pobres humanos. Damos pena no diréis que no.

   Viajando, como aquí, muy de vez en cuando, vislumbra uno un algo de belleza irresistible que me redime con la raza humana. La última vez que me pasó fue en las ruinas de Bagan, mientras nuestro guía nos explicaba cosas sobre el templo que el rey Mahuna construyó en honor al Budha yacente, figura típica de un Budha tumbado que sonríe porque está a punto de morir y le da igual.

  El rey Mahuna era el monarca de los Mon, una cultura ya olvidada por casi todos que floreció entre los siglos VIII y X de nuestra era en el sudeste de Birmania. Los Bamar, más poderosos, rodearon su imperio para conquistarlo y el Rey Mahuna se rindió con la condición de que no dañasen a su pueblo salvando así miles de vidas. Él, sin embargo, fue apresado y llevado a la capital del imperio Bamar, a Bagan. Vendió los dos anillos que poseía y pidió que le dejasen construir un templo. Es una pagoda pequeñita y al entrar a un nicho estrecho y oscuro una inmensa imagen de Budha yace sonriente. Es raro ya que en general los espacios labrados en la tierra son proporcionales a la imagen que albergan, pero en este caso no. La cavidad es estrecha y oscura y casi roza uno al Budha al caminar de sus pies a su rostro, rostro bello, blanco, inmortal, hipnótico. Al salir el grupo me quedé un segundo mirando al rostro del Budha, y me transmitió una calma difícil de explicar. Días después me pasaría algo parecido al hablar con una monja budista que nos enseñó su monasterio.  Era dulce, bonita, inteligente y sencilla. Qué paz transmitía, no os lo podéis ni imaginar. 

   No puedo asegurarlo pero me llegó como una rebelación. El rey Mahuna, encarcelado, sin su mujer, rey depuesto de un pueblo humillado, construyó una inmensa imagen de Budha en un espacio reducido y oscuro e imaginé que esa fue su manera de expresar que triste se encontraba. Qué preso, qué solo. Al salir hice la foto que veis en esta entrada y me quedé unos minutos mirándola. Parecía sonreirme, alentarme, decirme en un idioma olvidado que no seas tonto jorgito, deja ya de elucubrar futuros improbables. Mata a tu ego. Deja de sentirte solo porque no lo estás. No escuches los ruidos de afuera, olvídate de ti, no eres el centro de nada, no eres más que brizna en el viento. Libérate de las cadenas de la carne. Que sólo un deseo rija tu destino y repite conmigo sin cesar: Deseo  dejar de desear. Deseo dejar de desear. Deseo dejar de desear.

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