Foto de: Martesa Bello (Norte de Vietnam, niño de la minoría étnica Hmong)
Los ojos de este niño son impresionantes. Su suciedad y sus mocos quedan apagados por esa mirada penetrante de olas marrones. Surge de entre los harapos reclamando atención y dignidad. Brilla, no tiene miedo, parece incluso que nos juzga, quizás no muy bien. Parece preguntarse quienes serán esas personas tan raras que merodean y caminan sin ton ni son con sus cámaras, sus miedos y sus fantasmas. Hay cosas y miradas que uno no se deja en ningún hotel. Esa mochila nunca desaparece y a veces pesa, y mucho. Lo suyo es hacer como que no da miedo y lanzarse, coger un tren y no querer volver, a mi me ha pasado, y me volverá a pasar pronto, lo sé...
No quiero ir de Europeo arrepentido(sólo comparable en sus "mea culpa" al Estadounidense arrepentido), de esos que ven sólo lo bueno en los paises "exóticos". La gente es gente y busca lo mismo, tanteamos como ciegos en busca de algo dulce que llevarnos al cielo de la boca. Si lo conseguimos bien y sino pues al psicólogo o al bar, que para evadirse todo vale, hasta los libros. No, yo no soy así, pensar en mitos de indios buenos es racista y facilongo. A los seres humanos nos separa lo superficial y nos une lo esencial.
El caso es que a pesar de no querer ir, repito, de Europeo arrepentido, las miradas francas de rostros hirsutos y dientes blancos nunca las encontré por estos lares. En la India sí, y en Vietnam. Quizás esas sonrisas cándidas y bellas sólo sean producto de la ignorancia, pero sería una pena. Es como si entre los condones de sabores, y los microondas, y el desasosiego, y la depilación láser se nos hubiese perdido algo esencial por el camino de la vida. No nos miramos a los ojos, rehuimos miradas continuamente. No hay lugar para la inocencia, ni para vernos. Ya no hay Quijotes. Se borraron de Hidalgos y ya no ven gigantes. Estamos cegatos del alma.
Saramago lo explicó perfectamente en una entrevista. Contó que una vez entró en un supermercado y salió del mismo con algunos objetos. Había entrado, comprado y salido sin decir ni una palabra ni mirar a nadie. Buena metáfora de la soledad opulenta de Occidente.
Quizás eso sea lo único que buscamos: miradas en las que vernos, en las que posarnos. Algunas de aprobación, otras de curiosidad, o de deseo, o de cariño. Somos todos niños. Algunos más que otras.
martes, 7 de septiembre de 2010
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Lo local y lo universal
Una de las cosas que mas me gustan de viajar es el vouyerismo ocasional. Voeyeur de lo cotidiano no de lo erótico. Sin haberlo expresado ni dándome cuenta de ello creo que una de las cosas más fascinantes de viajar es la de observar la rutina de los demás. Asomarse a las horas, las penas, los minutos, las prisas... Me fascina la cotidianeidad de la puerta entreabierta a traves de la cual se vislumbra a la señora cosiendo o al niño dibujando. Me subyuga ver al monje rascándose entre mantras o al pescador fumando a la sombra y jugueteando con un cachorro.
La foto de esta entrada es la de uno de los muchos cruces de caminos de Saigón. Yo estaba paseando y me paré a fumar un pitillo. Era hora punta. La gente iba y venía frenéticamente, me miraban de reojo y seguían su camino. Chispeaba. Me senté en un puestecillo de té de sillas verdes diminutas. Y me quede así por un rato. Casi podía escuchar lo que pensaban los motoristas, lo mismo que en cualquier ciudad, supongo: "vaya locura de tráfico...que cara está la vida y el Dong no se para de devaluar... quizás se ha enfadado por lo que he dicho... de hoy no pasa y mañana la llamo... que lejos pilla el mar..."
Luego me acabé el té, hice la foto y me fui con mis pensamientos a otra parte y a otro cruce.
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